2022
Narrativa
Para Andrés,
bolso de ley
-Cuando muera quiero que me cremen y tiren mis cenizas en el Parque Central- dijo mi padre.
Pinchó un raviol y se quedó mirándonos, con el tenedor a centímetros de su boca. Una gota de tuco cayó sobre el mantel blanco.
-¿Qué decís?- preguntó mamá mientras se levantaba.
-Es mi última voluntad. Sobre el césped, frente a la tribuna Abdón Porte, un día de partido. He hablado.
-¡Papá, por favor!. Están tus nietos- dijo Paula, mi hermana.
-¿Qué tiene? Son grandes y deberían saber que a todos nos va a tocar.
Mamá volvió con una asadera humeante.
-¿Quién quiere estofado?
Luego mi cuñado acaparó la palabra. Pasó del dólar a los tipos de interés, a la DGI, siempre con esa maldita costumbre de hablar mientras mastica.
Mi padre me miraba en silencio, con una sonrisa cómplice estampada en la cara.
Eso fue hace cinco años, cuando yo aún vivía con ellos. Cuando no sabíamos nada acerca del linfoma.
Mal de Hodgkin - dijo el oncólogo - Está en el cuarto estadio de la enfermedad. Se ha extendido y ha comprometido órganos; el hígado, los pulmones. Además está el riesgo de la médula, …
Me explicó las expectativas y el tratamiento. Quimio y radioterapia combinadas. Pintó el panorama en forma cruda, sin eufemismos.
-Seis meses, a lo sumo- dijo.
Mis padres estaban afuera del consultorio, esperándome. Ese mismo día comenzaron las inyecciones.
El domingo, después del almuerzo, lo llevé a la cancha; jugaba Nacional con Rampla. Nos sentamos en el mismo lugar de siempre, en la “Abdón Porte”, al centro, entre las banderas. A él le gustaba ver el fútbol desde el arco, como cuando atajaba y llegó a la tercera de River.
Su deterioro físico era evidente. Le costaba concentrarse en el juego, de a ratos se quedaba con la vista clavada en nuestra área vacía.
-Ahí – dijo señalando el punto penal.
-¿Qué pasa ahí?
- Nada, … no me hagas caso.
El partido era malo, un cero cerrado, pero en el último corner la pelota rebotó en un defensa y se metió en el arco de Rampla. Uno a cero; en la hora. La tribuna explotó. Nos abrazamos. Yo le tomé la cabeza con ambas manos y le dí un beso en la frente. Lo sacudí, como él me hacía cuando era chico.
-¡En la hora, viejo!- le dije a los gritos.
-En la hora…- repitió, en un susurro.
Sobre mis palmas, pegados, quedaron dos mechones de pelo gris, que rápidamente escondí en mis bolsillos, sin que él lo notara.
El pronóstico del médico resultó acertado. Cinco meses y dos semanas. Aquel domingo, contra Rampla, fue la última vez que estuvimos juntos en el Gran Parque Central.
La penúltima.