Un raro fantasma recorre el breve mundo de los escritores uruguayos: las demandas judiciales. En los últimos años, cuatro de ellos se han visto envueltos (o estuvieron a punto de serlo) en reclamos por abultadas sumas en dólares, involucrando además a las firmas editoriales que publicaron sus libros. Este ha sido el caso de Napoleón Baccino Ponce de León, por su obra Aarón de Anchorena, una vida privilegiada, Ana Inés Larre Borges, por su participación en el segundo volumen de Mujeres uruguayas con el trabajo "Armonía Somers, la mujer secreta", Hugo Fontana, por un cuento aparecido en su libro Las historias más tontas del mundo, y Henry Trujillo, a raíz de su novela Ojos de caballo, aunque este último con un poco más de suerte, ya que no tuvo necesidad de pasar por los estrados del Poder Judicial.
"Un vecino de Mercedes se manifestó molesto porque en mi novela yo nombraba a su padre", confiesa Trujillo, aunque de inmediato aclara que el asunto no tuvo derivaciones mayores. "El hombre me pidió que cambiara el apellido, pero la novela ya estaba impresa y en librerías. Le ofrecí que en próximas ediciones podíamos hacer ese cambio, pero no fue necesario. Es lógico", reflexiona bajando la voz, "si alguien hubiera escrito un libro y nombrara a Trujillo, el mecánico del pueblo, todo el mundo sabría que se trataba de mi padre…".
Paciencia, perseverancia
Bastante más complicado, Napoleón Paul Baccino, el autor de Maluco, una de las novelas uruguayas más vendidas y premiadas de la década pasada, recibió a mediados de los 90 un encargo del por entonces Presidente de la República, el Dr. Julio María Sanguinetti: investigar sobre la vida de uno de los personajes más emblemáticos del Río de la Plata, el millonario estanciero Aarón de Anchorena, quien, a su fallecimiento en 1965, donó al Estado uruguayo un casco de estancia y un extenso predio de 1.500 hectáreas ubicado al norte de la ciudad de Colonia, que desde 1985 se constituyeron como residencia de descanso de la casa presidencial. "Fue una experiencia totalmente distinta", explicó el escritor a la periodista Rosario Castellanos en una entrevista emitida por radio El Espectador en junio de 1998. "Yo no soy historiador ni pretendo serlo. Soy un simple narrador. Eso es lo que me gusta. Intentar una biografía como tal dentro del género, y que además iba a convertirse -por lo menos en su primera edición- en un libro oficial, era un desafío muy grande."
Con tanta paciencia como perseverancia, Baccino se abocó a recoger datos de un personaje y de una saga familiar que, entre la mayor de sus peculiaridades, destacaba por su bajo perfil. A comienzos del siglo XX, la fortuna de los Anchorena era considerada una de las más grandes del mundo, y la familia era propietaria de miles y miles de hectáreas a uno y otro lado del Río de la Plata, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, al punto que a la asunción del peronismo en Argentina, el apellido llegó a convertirse en toda una mala palabra. "La investigación fue por momentos desesperante. Nadie sabía nada sobre Aarón de Anchorena, que llevó una vida llena de brillos hasta que se internó en esa aventura de crear su propio paraíso, a la manera de los caballeros ingleses, allí en Anchorena, en la barra del San Juan", confesó Baccino en el mencionado reportaje
Pero de la nada que se sabía y de las cosas por saberse, nuestro autor fue acumulando datos recogidos en Buenos Aires y en Montevideo con la ayuda de algunos pocos descendientes de aquella dinastía. Joven, Aarón estuvo casado con Zelmira Paz, propietaria del diario porteño La Prensa, pero el matrimonio duró poco y no dejó hijos. El hombre tuvo una larga vida, y los últimos 17 años de su existencia los pasó junto a una mujer mucho más joven (cuando se conocieron, él tenía 74 años y ella 19), a la que amó profundamente, a la que legó lo mejor de sus propiedades, y a la que solía llamar cariñosamente por el apodo de la "Negra", Élida Llanura Angelotto. En una de las páginas de su libro, Baccino, quien intentó durante su investigación comunicarse infructuosamente con ella, escribió acerca de esta relación, unas "quince líneas del capítulo de los afectos", según su testimonio. Y allí comenzaron sus problemas. A los dos años de aparecido el libro, el escritor amaneció con una querella patrocinada por la propia Llanura, en la que se lo demanda por daños y perjuicios morales y se lo conmina a resarcirla por la escalofriante suma de $ 500.000 dólares, "como si yo fuera García Márquez", comenta Baccino. El juicio ya lleva más de cuatro años y la Justicia aún no ha fallado. Los abogados Juan Raso y Pedro Bordaberry son los encargados de la defensa.
Comprender a una artista
De la unión libre sostenida entre Pedro Etchepare y Dolores Lussini nació en setiembre de 1917 un niño llamado Hugo Galileo, y casi dos años más tarde, en junio de 1919, otro de nombre Helio Edmundo, ambos reconocidos por el padre. Tiempo después, Pedro contraería nupcias con la hermana mayor de Dolores, María Filomena, y tendrían una niña anotada en el Registro Civil con el nombre de Armonía. Dolores se casó años más tarde con Ángel Fierro, unión de la que nacieron dos hijas, Mirtha y Lilián.
En la segunda mitad del siglo XX, Armonía Etchepare se haría famosa tras publicar algunos de los libros mejor escritos y más enigmáticos de la literatura uruguaya, firmados con el seudónimo de Armonía Somers. Esos testimonios y otros más alimentan el trabajo que la profesora y crítica de literatura Ana Inés Larre Borges publicó, junto a otras diez autoras, en el volumen Mujeres uruguayas II (editorial Alfaguara). Pero poco después de la aparición del libro, autora y editorial se encontraron con que Mirtha, Lilián y una hermana de Armonía habían entablado una demanda por U$S 50.000 por daño y perjuicio moral, aduciendo padecer sendas situaciones psíquicas de depresión y acusando a ambas partes de revelar datos pertenecientes al ámbito de su privacidad, más allá de que toda la información manejada por Larre Borges había sido corroborada en actas del Registro Civil y en declaraciones de otros descendientes de la familia Etchepare.
El Dr. Carlos Abín, hoy embajador uruguayo en Italia, fue el encargado de la defensa de la parte emplazada, y expuso en su contestación que la demanda debería "ser rechazada por su absoluta falta de fundamentos, con expresa imposición a las actoras de los tributos y costos del juicio", agregando que de su texto resultaba "la malicia temeraria que provocará las condenas procesales". En tanto se desarrollaba el juicio, la hermana de Armonía falleció, por lo que la parte demandante se vio obligada a bajar el costo de sus daños a U$S 30.000. Radical en su respuesta, Abín no sólo dio por tierra con los argumentos de los querellantes, sino que se atrevió a establecer una jurisprudencia en la que quedaba demostrado el absurdo del monto reclamado y el mismo reclamo. No sin un componente de ironía, y ante uno de los argumentos de las demandantes que calificaba el vínculo entre Pedro y Dolores como "triste", el abogado, basándose en las pruebas documentales, sostuvo en su escrito que aquellos "mantuvieron relaciones sexuales al menos entre 1916 y 1918, y nada autoriza a encerrarlas en el círculo de la 'tristeza'. Pudo ser exactamente todo lo contrario.".
Abín cita entonces al Dr. Gamarra para sostener que "Es una regla jurisprudencial (…) la que nos dice que el daño moral, para que sea resarcible, requiere la existencia de situaciones aflictivas muy profundas y que las situaciones desagradables, las situaciones embarazosas, las simples molestias y el mero disgusto o incomodidad son situaciones que están desprovistas de la relevancia necesaria para justificar el acogimiento de una pretensión indemnizatoria."
"Las actoras me imputan culpa, ligereza, imprudencia y negligencia", sostuvo a su vez Larre Borges, para preguntarse a continuación si debía reconocerse culpable de divulgar "hechos ciertos que permiten indagar con mayor certidumbre en la obra de una gran escritora y que abren nuevos caminos para interpretarla. Admito esta 'culpa', aunque desde el ángulo de mi visión -el académico, el del investigador-, se identifica rotundamente con la responsabilidad. En este caso, la responsabilidad de decir la verdad y la de aportar elementos útiles para la mejor comprensión del arte de Armonía Somers.". La autora agregó que quedaba claro que al realizar su investigación y publicarla, ejerció derechos específicamente amparados en la Constitución: derecho al trabajo (artículo 7), a la libertad de comunicación e información (29), a la protección del trabajo intelectual (33), libertad de trabajo (36) y protección especial del trabajo; deber de aplicar las energías intelectuales -entre otras- en beneficio de la colectividad (53).
Entre sus testigos figuraron las críticas literarias Carina Blixen y Alicia Torres, el escritor Juan Introini, primo de Armonía, y otros. Tras dos años de audiencias e idas y venidas en los juzgados civiles, una jueza falló a favor de la demandada, dando razón a algunos de los epítetos que el Dr. Abín había manejado en su furibunda defensa: malicia, falta de fundamentos, absurda y otros adjetivos de similar envergadura.
La imaginación y la realidad
Hugo Fontana publicó a fines de 2001 Las historias más tontas del mundo, libro de cuentos con el que había obtenido en 1997 el primer premio del concurso literario de la Intendencia Municipal de Montevideo. Por decisión de la editorial Alfaguara, cada ejemplar fue acompañado por tres postales que reproducían fotos de algún modo familiares (ofrecidas por el propio autor) y que ilustraban algunos acontecimientos allí narrados y la época en la que transcurría la mayoría de los relatos. Una muchacha adolescente, vestida con un delicado traje blanco el día de su presentación en sociedad, el propio Fontana a una indefinible edad que no supera los dos años, tomado de la puerta de un viejo camión propiedad de su padre, y una tercera, en donde un grupo de catorce muchachos observa con atención a una quinceañera a punto de apagar las velas de una torta. "Fines de los 50, fines de los 60", rememora el escritor, "el reflejo gráfico de un tiempo por el que transcurren aquellos cuentos, una época si se quiere inocente pero que avizora tiempos de violencia y de descomposición. Tres fotos personales: quien era entonces mi mujer, una foto de un álbum de mi madre, y por último, la de un cumpleaños de una compañera de escuela, Grisel, al que yo había concurrido teniendo 14 años. Yo estoy allí, yo soy este", dice Fontana señalando la cabeza casi escondida de un adolescente que poco coincide con su fisonomía actual.
Pero sobre mediados de 2003, a más de año y medio de haber aparecido el libro, Fontana y su editorial reciben un cedulón. Aquella muchacha de 15, ahora convertida en una señora hecha y derecha, había decidido entablar un juicio contra el escritor y contra la editorial, también aduciendo daños y perjuicios morales, por U$S 30.000. Acusan a Fontana, además de haber reproducido sin permiso la foto del cumpleaños, de haber agraviado a la madre de la mujer en uno de los cuentos del libro, "Noche de quince", en el que, a modo de homenaje, el autor había bautizado a la protagonista con el nombre Grisel. "Ninguna de las historias tenían un asidero visible en la realidad. Reconozco que hay cosas similares, porque ese tiempo tuvo sus referentes culturales muy fuertes, como todos los tiempos los han tenido. Temas musicales, películas, programas de radio. Esta mujer creyó que porque yo le había puesto Grisel a mi personaje, estaba hablando de ella y de su familia", dice Fontana. "En mi cuento, la madre de la protagonista se separa de su esposo y en el momento del cumpleaños está viviendo con un soldado del batallón de mi pueblo, un hombre al que yo describo como cetrino. El abogado demandante llegó a decir que yo insultaba a la madre de esta mujer no sólo porque la hacía divorciada sino porque la había juntado con un negro."
Fontana también fue defendido por el Dr. Abín, aunque, tras su designación en Roma, el Dr. Servando Arrillaga continuó con el caso. En su alegato, Abín presentó un extenso documento que termina transformándose en una riquísima pieza de defensa de la libertad de creación en todos sus sentidos. Allí sostiene que como "muchas obras de esta naturaleza, tienen antecedentes, referencias, elementos que se vinculan directa o indirectamente a la realidad. Esa circunstancia no invalida su carácter ficticio: la imaginación del autor trabaja desde la realidad, toma elementos de ella para construir una historia imaginaria y -por la razón antedicha- verosímil. La obra de ficción tiene 'visos de realidad', pero no se identifica con ella, no pretende hacerlo ni se propone para ser interpretada en el sentido de que refleja hechos, actos o situaciones efectivamente acaecidos."
El libro, sostiene el letrado, "en ningún momento se postula como un conjunto de crónicas de hechos sucedidos efectivamente. Utilizando una técnica narrativa de sobra conocida, los relatos se presentan como vagamente autobiográficos, creando una ilusión de realidad que es propia de la literatura, que constituye una finalidad explícita de ésta. De este modo, en un pacto tácito entre el autor y sus lectores, la historia adquiere verosimilitud e interés, refiere a una peripecia humana que el autor imaginó, que el lector asume provisionalmente como cierta -mientras dura la lectura y el goce estético que ésta promueve- y que cesa cuando aquélla termina. (…) El hecho de que se trata de una obra de ficción narrativa excluye la consideración de la verdad o falsedad de los hechos relatados. Son imaginarios, es decir, se ubican en otro terreno y no se relacionan con personas reales. (…) Fontana no cometió ilicitud alguna. Ejerció su derecho a crear sin atacar, herir o afectar a nadie."
Semanas atrás, la Justicia falló a favor de la parte demandada tras casi dos años y medio durante los que el caso fue y vino por los estrados judiciales. Otra historia tonta, pero seguramente no la más tonta del mundo.